Observo la planta que asoma a mi ventana, de alguna forma calma mi ansiedad.
Una hoja en blanco debajo mis manos y tinta entre los dedos.
Sigo con la vista la curva de esa hoja verde, simple, tierna, sencilla, tonal, perene.
Cierro los ojos y veo ese arbol, tan complejo, tan lleno de vida; entre sus ramas se entiende la vida misma, en las delicadas curvas de sus hojas se enredan nuestras vidas.
Mis ojos se llenan de luz para caer en cuenta que trazo tu nombre sin cesar: Confundido en tu belleza; Rabioso de rozar los petalos de tu boca; Inmole ante ti; Suspirando en lontananza; Tratando de aliviar mi pesar; Internandome en la luz de tus ojos; Navengando al vaiven de tus pensamientos; Aspirando ese fresco aroma de tu ser.
Me despierta el razgar de la plumilla, al igual que la planta en la ventana, curvas caprichosas salen de ti, se enredan por todas partes y a la vez me atrapan.
Cierro los ojos, va pasando el estupor; tan sólo se escuchan exánimes latidos descompasados...